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HEBREO: El Idioma Eterno

jul 25, 2009 0 comments
Por el Rabino William Jomsky
Original en inglés: Hebrew: The Eternal Language
Publicado por: The Jewish Publication Society of America
Philadelphia. Copyright 1957. Segunda Edición: 1982


El hebreo como vernáculo moderno

Escasamente hace una década o dos había gente que sostenía que el hebreo no es una lengua viva. Ahora, la “lengua sagrada” del pasado es el vernáculo diario de centenares de millares de judíos en Israel. Allí el idioma vive en las bocas de niños escolares, limpiabotas, conductores de guaguas y de taxis, cantantes de cabaret, abogados, doctores y oficiales, de religiosos, irreligiosos y antirreligiosos —ciertamente, de todos. Los gruesos trazos horizontales y los finos verticales del alfabeto hebreo se exhiben por todo el país en pancartas, letreros de anuncios, sellos de correo y monedas; en carreteras, talleres, tiendas y hoteles. Expresiones callejeras, coloquialismos, y hasta maldiciones se acuñan libremente; mientras la Academia de la Lengua Hebrea (antes, Vaád ha-Lashón), compuesta de notables eruditos y escritores y auspiciada por el gobierno de Israel, está vigilantemente en guardia contra la intrusión de cualquier solecismo o barbarismo que pueda impedir la pureza del idioma. De vez en cuando, además, la Academia publica listas de términos técnicos que cubren toda rama y aspecto de la ciencia , la industria y la tecnología, y cosas así: unas diez mil palabras nuevas han logrado aceptación desde el establecimiento del Estado de Israel. Por lo menos cuatro compañías teatrales ofrecen presentaciones regulares —todas, por supuesto, en hebreo. Miles de libros, revistas, periódicos y brochures sobre todo tema concebible están en circulación diaria. Cerca de doscientos periódicos se publican allá en hebreo., incluyendo quince diarios y el resto semanales, mensuales, trimestrales y anuales. Los libros hebreos se publican en Israel a razón de más de tres al día. Las ondas radiales de Israel vibran al ritmo de la lengua clásica.

Fuera de Israel, el más significativo centro de cultura hebrea es América. El idioma se lee, se entiende y se habla por parte de millares de judíos americanos [de las tres Américas]. Hay periódicos hebreos de carácter popular así como escolástico.; libros hebreos, de ficción y científicos; instrucción en el idioma hebreo a nivel elemental y de colegio. Las escuelas, los campamentos y los clubes fomentan el aprendizaje del hebreo.

¿Puede haber alguna duda en cuanto a la vitalidad del idioma hebreo? Ninguno de los modernos intentos de revivir idiomas antiguos, como el gaélico, galés, e indio, puede jactarse de algo que siquiera se aproxime al progreso logrado por el hebreo. Sin embargo, los irlandeses, los galos y los indios han estado arraigados en su propio suelo y están libres de las dificultades políticas, físicas y económicas con las que tiene que lidiar la joven comunidad judía que lucha en Israel.


Fuentes de vitalidad del idioma hebreo

¿Cómo pudo el idioma hebreo existir y funcionar como instrumento efectivo de auto-expresión creativa y de intercomunicación por casi dos mil años, sin un ingrediente tan esencial para la supervivencia como lo es un estado o territorio? ¿Cómo pudo el hebreo retener su vitalidad y elasticidad durante un periodo tan largo frente a condiciones tan adversas?

La respuesta a estas preguntas puede descubrirse considerando el carácter único del judaísmo y su relación con el idioma hebreo. El hebreo no ha sido una lengua universal desnacionalizada, el medio de una religión específica, en sentido en que el latín ha sido la lengua oficial de la Iglesia Católica Romana. Tampoco ha sido anteriormente una lengua folklórica como otros idiomas vivos. De hecho, ha persistido como idioma vivo por muchos siglos después de haber cesado de ser un idioma vernáculo en el sentido aceptado del término, como se demostrará en un capítulo más adelante de este volumen. El hebreo ha sido el idioma sagrado del pueblo judío —el idioma de su religión, su cultura y su civilización. Ha sido, en suma, el idioma del judaísmo íntimamente identificado con las experiencias nacionales y religiosas del pueblo judío a través de las generaciones. El pueblo judío no puede ser desligado del hebreo más de lo que puede ser desligado de su propia identidad espiritual —el judaísmo.


Relación entre idioma y cultura

Un análisis de la naturaleza del idioma y del judaísmo ayuda a clarificar este punto. El idioma no es meramente un medio de expresión y de comunicación; es un instrumento de la experiencia, el pensamiento y el sentimiento, así como un medio de auto-expresión y crecimiento personal. Al investigar el origen del idioma y después de “trazar su historia en el pasado al máximo posible, vemos que el idioma más antiguo era cualquier cosa menos intelectual que era algo así como una casa a medio camino entre el cantar el hablar con largos casi conglomerados de sonidos, que servían más bien para ventilar intensos sentimientos que para una expresión inteligible de ellos...”1 Ciertamente, aun en días modernos el idioma se emplea “por los niños (y a menudo por adultos), no tanto para formular y expresar pensamientos como para ventilar sentimientos...”2

Nuestras ideas y experiencias no son independientes del idioma; son todas partes integrantes de l mismo patrón, el hilo y la fibra del mismo tejido. No tenemos primero pensamientos, ideas, sentimientos para luego ponerlos en un marco verbal. Pensamos en palabras, por medio de palabras. El idioma y la experiencia están inseparablemente entretejidos. Y el estar conscientes del uno despierta a la otra. Las palabras y expresiones idiomáticas son tan indispensables para nuestros pensamientos y experiencias como lo son los colores y los tintes para una pintura. Nuestra personalidad madura y se desarrolla a través del idioma y por nuestro uso del mismo. Un crecimiento lingüístico defectuoso se sabe que va de la mano con un desarrollo intelectual y emocional impedido. Las personas sordas y mudas son, por regla general, intelectualmente retardadas y, el cierto grado, hasta insensibles, a menos que se les suministren medios de intercomunicación adecuada.

Lo que cierto del idioma en relación con el crecimiento individual es igualmente cierto en el caso del crecimiento cultural y el desarrollo de un pueblo. Ciertamente, los estudiantes de idioma han llegado a reconocer que las experiencias de un grupo , sus hábitos mentales y emocionales, sus modos de pensamiento y actitudes se registran y se reflejan en las palabras y expresiones idiomáticas del idioma del grupo. Así, por ejemplo, la palabra shalóm usualmente traducida por “paz,” tiene en efecto poco en común con su equivalente español. Shalóm no tiene la connotación pasiva, y hasta negativa, de la palabra “paz.” No significa meramente la ausencia de contienda. Está preñada de significado y asociaciones positivas, activas, y energéticas. Denota totalidad, salud, completez, armonía éxito, la completez y riqueza de vivir en un entorno social integrado. Cuando las personas se encuentran o se despiden se desean mutuamente shalóm, o preguntan cada uno por el shalóm del otro.

Similarmente, las palabras hebreas rúaj (espíritu) y néfesh (alma) no tienen la implicación de una desencarnación como las que se indican por los equivalentes españoles. No hay dicotomía en la mente hebrea entre el cuerpo y el espíritu o el alma. Uno no es la antítesis del otro. Estas palabras hebreas tiene connotaciones dinámicas, vivificantes, y motor-urgentes. Todo ser vivo tiene un rúaj (Eclesiastés 3:21). Lo mismo es cierto sobre el sinónimo néfesh, que generalmente se traduce como “alma.” Pero el néfesh también es propiedad de toda criatura viviente, hombres así como animales (Job 12:10), incluyendo a la bestia (Proverbios 12:10). Aun el mundo inferior tiene néfesh (Génesis 1:20), 21, 24; 12:5; 14:21, etc.) . Tanto néfesh como rúaj a menudo significan fuerza y vigor, tanto en sentido material como espiritual. Los perros voraces se dice que poseen un néfesh fuerte (Isaiah 56:11); y los caballos de Egipto, advierte el profeta, son débiles: son “carne y no rúaj” (Ídem. 31:3).

Hay de igual manera una gran distancia entre la palabra hebrea tsedakáh (de la raíz tsadák, ser justo o recto), con sus implicaciones de justicia social, y la palabra española “caridad.” En el caso de la “caridad” el recipiente se ve a sí mismo como deudor del donante, cuya acción es voluntaria. La tsedakáh, por otro lado, tiene que realizarse como cuestión de obligación y el recipiente no está de ningún modo en deuda con el dador. Los necesitados tienen derecho a una tsedakáh, mientras los que poseen medios tiene el deber de darla. Ciertamente, aun una persona pobre que recibe tsedakáh debe a su vez dar tsedakáh (Guitín 7b).

Hay, de igual modo, un abismo semántico entre el hebreo rajamím o rajamút y el equivalente español “piedad” o “misericordia.” La palabra hebrea denota amor, sentimiento familiar (véase Génesis 43:30, etc.), y hasta maternidad, ya que se relaciona con rejém (el vientre materno) de la misma raíz. Ninguna de estas connotaciones está implicada en los equivalentes españoles. Similarmente, las ricamente significativas e históricamente santificadas implicaciones del hebreo toráh están totalmente ausentes en el equivalente español “ley.” El término hebreo toráh abarca la totalidad de la labor creativa judía a través de los siglos. Igual de inadecuada es la traducción española “mandamiento” para el hebreo mitsváh.

En una de sus historias jasídicas, el escritor hebreo Yehudáh Steinberg describe a un jasíd expresando sorpresa por la ignorancia y estupidez de los reshaím (los impíos o los incrédulos). El principal motivo para cometer actos impíos, razona el jasíd, es la búsqueda y prosecución de placer y disfrute. ¿Pero hay algún placer o disfrute concebible que el de realizar una mitsváh? Así que, continúa el, si lo reshaím fueran lo suficiente sabios para darse cuenta, abandonarían su iniquidad y todos se harían tsadikím (judíos justos o estrictamente observantes), sólo por causa de su placer.

Este tipo de razonamiento no era único entre los judíos tradicionales. Simjáh shel mitsváh, el gozo de realizar una mitsváh constituían un elemento integral en el patrón de vida judía. Para estar seguros, la palabra mitsváh originalmente significaba no más que un mandato en el sentido aceptado. Pero las experiencias religiosas específicas del pueblo judío, su sentimiento y alegría en la realización de responsabilidades religiosas, invistieron esta palabra de un conglomerado de asociaciones y connotaciones que no le eran inherentes originalmente. ¿Es concebible que uno pudiera derivar alegría de la realización de una mitsváh si fuera meramente un “mandamiento”?

Todo idioma, incluyendo el español, tiene un cúmulo de palabras cargadas de las experiencias emocionales e intelectuales del pueblo que lo emplea. Para ilustrar, dentro de nuestras propias experiencias, la palabra inglesa para “chimenea” llegó a asumir una nueva connotación como resultado de escuchar las pláticas sobre las chimeneas por el finado presidente, Franklin D. Roosevelt. Similarmente, la palabra “filibustero,” que originalmente significaba un libre botinero o pirata, se emplea ahora en Estados Unidos en el sentido de entorpecer legislación por medio de largos discursos u otros trucos parlamentarios. También se pueden añadir, como ejemplos, expresiones tales como “ir a batear,” “poncharse,” y otras por el estilo. Mientras más ricas y más intensas las experiencias históricas de un pueblo, mayor es el número de tales palabras en su idioma y mayor carga emocional tienen. Cuando se traducen a otro idioma, se desvitalizan y casi pierden significado.

Semejantes palabras no son meramente unidades lingüísticas, son depósitos culturales. Pero no pueden transmitirse aisladas. Ellas asumen su significado y ganan en riqueza de asociación y connotación sólo mediante el contexto de la experiencia. En el pasado algunas palabras y expresiones hebreas sobrevivieron en el vernáculo del pueblo mucho después de que el hebreo hubo cesado de hablarse popularmente. Se mantuvieron vivas mediante el contacto íntimo que la mayoría del pueblo continuó manteniendo con las fuentes literarias hebreas y por la persistencia de las formas judías de vida y hábitos de pensamiento.

Además, uno puede enseguida citar una hueste de expresiones y giros idiomáticos que, aunque están compuestos de palabras en el vernáculo, encierran en efecto, patrones de pensamiento hebreo. Parece que mientras los judíos estuvieron arraigados en sus patrones tradicionales de vida, fueron sensitivos a la inadecuacidad del vernáculo para expresar y transmitir el significado emocionalmente cargado de ciertas palabras hebreas. Por lo tanto persistieron en retener las palabras y expresiones originales, o en inventar el patrón mental hebraico o el giro idiomático con el vestido del vernáculo. De esta manera muchísimas palabras y expresiones, así como giros idiomáticos, encontraron entrada en los diversos vernáculos empleados por los judíos a través de la historia de su dispersión. Surgieron dialectos tales como el judeo-griego, judeo-árabe, judeo-persa, y otros. El más conocido de estos dialectos, que sobrevive hasta el día de hoy y que incorpora una considerable proporción de estos elementos hebraicos, son el ladino, un dialecto judeo-español empleado por los judíos en los Estados Balkánicos y en Marruecos, y especialmente el yídish.

Al presente, sin embargo, especialmente en este país, los patrones de vida judía ya no proveen un contexto funcional apropiado para estas palabras y expresiones. Los rasgos distintivos del clima judío característico de los guetos judíos tradicionales, especialmente los de Europa Oriental, han desaparecido casi completamente. Los vocabularios y giros idiomáticos específicos de la vida judía ya no funcionan; han sido traducidos a equivalentes ingleses [o españoles]. Yamím noraím son Festivides Cumbres, un sidúr es un libro de oración, un majzór es un libro de oración para Día Cumbre o Festividad. Yom tov ha sido reemplazado por festividad. Términos tradicionales tales como jazán (cantor), shamásh (asistente), arón kódesh (arca sagrada), menoráh (candelabro), séfer toráh (rollo de la Toráh), gabáy (un anciano en la sinagoga), etc., antiguamente empleados comúnmente, han caído en desuso. Un buen judío ya no mekayém una mitsváh, o ya no es un shomér shabát. Más bien, está realizando un mandamiento, o buena obra, y es un observador del sábado. Ya no bebe le-jáyim (a la vida, o a la salud); bebe para días felices, y así por el estilo. El contacto con las fuentes literarias hebraicas permanece, por lo tanto, como la única avenida hacia estos depósitos culturales.


El significado del judaísmo

El significado de los términos “judíos” y “judaísmo, ha sido, de igual manera, una fuente de pensamiento confuso. ¿Son los judíos una raza, una nación, un grupo religioso, o qué? ¿Es el judaísmo sólo un cuerpo de creencias y prácticas, o de símbolos y consignas nacionalistas, o de ideas culturales y compilaciones literarias, como los que pueden transmitirse por un vehículo lingüístico u otro? Muchas argumentaciones fútiles relativas a estos asuntos pueden hallarse en nuestra literatura reciente. Los disputantes parecen ignorar el hecho de que existe un sentimiento de hermandad entre los judíos de todas las “razas” y colores, de todas las partes del mundo, independientemente de que sean ortodoxos, reformistas o hasta ateos.

Para estar seguros, algunos o todos los elementos mencionados anteriormente pueden hallarse en el grupo judío, o en el judaísmo, como sea el caso, no en un sentido aditivo sino más bien en un sentido integrativo o químico. Por lo tanto, el todo no es como cualquiera de sus partes, así como la sal común no es en lo más mínimo como el sodio o el cloro de los que se compone; o como el agua no es para nada como sus elementos, oxígeno e hidrógeno, de los cuales se compone. El compuesto ABC es más grande que la suma de sus partes u diferente en carácter de cada uno de ellos como resultado de su integración e influencia recíproca. En tal compuesto los elementos componentes individuales están cargados y modificados. Remover uno de estos elementos o sustituir uno por el otro destruiría o cambiaría todo el compuesto. Todo esto es igualmente cierto de los elementos culturales, nacionales y religiosos que componen el judaísmo. La religión judía es, en efecto, un patrón de vida distinto y dinámico, que constante y progresivamente se adapta a las necesidades y circunstancias cambiantes; por eso está íntimamente ligado al pueblo judío, a su historia, su cultura y su civilización.

Es en esta vena que Judáh Haleví interpreta el primer mandamiento, donde se hace referencia al Eterno como “tu Dios que te sacó de la tierra de Egipto,” y no como el Dios que creó el universo y la humanidad. Esto tiene el propósito de recalcar, aduce Haleví, la estrecha identificación de la Toráh con el pueblo judío y sus experiencias históricas.4

Es significativo que ni el hebreo bíblico ni el mishnaico poseen un término para “religión” ni para “judaísmo.” Hasta el día de hoy ningún término para “religión” se encuentra en el hebreo, porque el concepto “judaísmo” (griego: judaismós) proviene de suelo extranjero. Fue inventado por los judíos de la Diáspora Helenista para indicar el contraste entre su fe, o modo de vida, y el “helenismo” (helenismós).5 El término hebreo para este concepto (yahadút) fue probablemente acuñado por Rashí (1040-1105). El término tradicional para este concepto, empleado en la Biblia y en el Talmud, es “Toráh.” Ahora este término, como se ha dicho, abarca la totalidad de las creencia y prácticas judías, sus ideales e ideas, de hecho, todos los productos del genio creativo judío a través de los siglos. “Los mandamientos,” según una fuente, “implican todo lo que está incluido en la Biblia, la Mishnáh, el Talmud, sea de carácter legal u homilético. De hecho, cualquier interpretación que en cualquier tiempo un estudiante fiel pueda ofrecer delante de su maestro se le presentó ya a Moisés en el Monte Sinai.”6 Cuando los rabinos estaban en duda sobre la legalidad de ciertos rituales y prácticas, decían: “Ve y observa cómo se conduce la gente.”7 La conducta de la gente en un ambiente tradicional normal servía de guía para establecer y codificar ciertas leyes y rituales; ciertamente “una costumbre puede anular una ley.”8 Ninguna religión en el sentido aceptado de este término permitiría semejante latitud. Significativamente, el término hebreo para ley, sea ritual, ética, criminal, o civil, es halajáh, palabra que significa “conducta.”

Las circunstancias históricas peculiares, cuyo análisis está fuera de nuestra provincia, ha operado en el caso del pueblo judío de tal manera como para fusionar raza, nacionalidad, cultura y religión en una unidad compuesta, que se articula en un lenguaje distinto, con el resultado de modificar las características individuales de cada uno de los componentes. De ahí que las leyes que aplican a cada uno de ellos en aislamiento no aplicarán a ninguno ni a todos ellos en integración. Así, aunque el cristianismo puede continuar funcionando sin un idioma distintivo, la religión judía no puede hacerlo así, porque está demasiado íntimamente fusionada con elementos de raza, nacionalidad y cultura, todo lo cual a su vez está arraigado en el idioma hebreo. Es inconcebible que cualquiera de las oraciones tradicionales judías, en traducción, pueda evocar las mismas asociaciones históricas, alusiones culturales y memorias nacionales, como lo hace en el original hebreo. Por cuanto los judíos de antaño querían esas asociaciones continuaban orando en hebreo y estudiando sus fuentes literarias en hebreo. Ellos preservaban el idioma y el idioma los preservaba a ellos.


El hebreo como el idioma del judaísmo

En suma, el judaísmo puede definirse como la experiencia histórica continua del pueblo judío, en la cual están compuestos elementos religiosos, nacionales y culturales. Esta experiencia histórica única ha sido articulada en claras palabras y expresiones idiomáticas del idioma hebreo, con el cual han quedado inseparablemente mezcladas. Desasocie esta experiencia histórica del idioma hebreo, y el resultado es una reflexión pálida y anémica, algo diluido, y a veces una adulteración de la experiencia original.

De hecho, algunos eruditos judíos sostienen que las desviaciones del cristianismo fuera del judaísmo pueden trazarse directamente ala traducción de la Biblia al griego. Las palabras hebreas originales asumieron, en la traducción griega, connotaciones que no estaban presentes en los autores hebreos, con el resultado que surgieron puntos de vista e ideas completamente extrañas al espíritu judío. Uno de los muchos ejemplos claros es ... la palabra rúaj, que en la traducción griega denota el concepto no-judío de espíritu-versus-cuerpo.

En el curso de su larga y ruca historia, el pueblo judío ha atravesado intensas experiencias intelectuales y emocionales. Han experimentado con la vida y sus problemas; problemas de la relación del hombre con el hombre, del hombre con Dios, problemas de destino humano y del impacto de fuerzas cósmicas sobre la humanidad. Han conocido gozos y sufrimientos, esperanza y desesperación. Han verbalizado todas estas experiencias en su propio giro idiomático distintivo del hebreo El idioma y la experiencia han venido a entretejerse de modo que no puede dominarse uno sin el otro.

¿Quién puede verter en una traducción adecuada los sobretonos, los conjuntos de asociaciones y alusiones que conllevan expresiones tales como shemá yisraél, kidúsh hashém, hilúl hashém, mesirút néfesh, y una hueste de otras? No se puede hacer. Sin embargo tales expresiones simbolizan la trama y la urdimbre de nuestras experiencias religiosas y nacionales históricas. Estas expresiones se mueven en los sentimientos y las emociones de cada judío consciente como jamás pudieran evocarse en ningún otro idioma. En las palabras del Shemá Yisraél, por ejemplo, escuchamos ecos y reverberaciones del grito agonizante de nuestros mártires desde los días de Akibá hasta los “rebeldes” del gueto de Varsovia. En comparación es equivalente español “Oye, Israel,” suena vacío y desabrido.

Similarmente, el término kidúsh hashém (santificación del Nombre) y hilúl hashém (profanación del Nombre) son el anverso y reverso de un concepto que resume la martirología judía a través de los siglos. Este concepto ha sido un manantial de la conducta judía tradicional, por palabra, por acción, con la mira de santificar el nombre de Dios, aun a riesgo de muerte, mediante una conducta apropiada y evitando acciones que pudieran profanar el nombre de Dios. El término mesirút néfesh, de igual modo, denota la idea de auto-sacrificio y presteza para dedicar la vida a un ideal. Los equivalentes españoles de estos términos fallan completamente en transmitir tan siquiera una sombra del significado de estos depósitos de experiencias judías.

El idioma es, por supuesto, el símbolo del significado, o la expresión de ideas por medio de sonidos articulados o representaciones gráficas de esos sonidos. Sin embargo, el significado no es inherente a lo sonidos o a las palabras, sino más bien a nuestras experiencias personales o grupales que están fundidas con las palabras particulares. En sí mismas las palabras no tienen significado; es nuestra reacción a ellas o a nuestras experiencias con ellas lo que les da su significado. Lo que la palabra “signifique” o transmita para nosotros depende de la naturaleza , la extensión y la intensidad d nuestras experiencias, directas o vicarias, con ellas. La palabra “democracia,” por ejemplo, significa una cosa para un americano, y algo enteramente diferente para un comunista chino. El término “cruzada” despierta en la mente de los judíos conjuntos de memorias y asociaciones históricas totalmente diferentes las que hay en las mentes de personas cristianas. Las palabras se establecen en la órbita de la experiencia del pueblo que las emplea. Cuando se transportan de una órbita experiencial a otra por medio de traducción o préstamo, estas palabras cambian su “significado.”

Alguna veces nuestras experiencias se mezclan y se asocian con formas específicas de la palabra, con su pronunciación o configuración particular, y solamente estas formas nos transmitirán significado en su más plena extensión. Un cambio radical en la forma, aun de la misma palabra, tal como una diferencia en pronunciación, o de deletreo, puede al final fallar en evocar nuestra experiencia asociada con esa palabra en particular. De ahí que haya a menudo resistencia a las reformas en deletreo a cambios en pronunciación, como por ejemplo, en el caso del hebreo, des ashkenazi al sefardí, y viceversa. Cualquier intento por parte de Itamar Ben Aví y otros, hace varios años, de cambiar la escritura hebrea por la latina resultó abortivo frente a una seria oposición.

Debería por lo tanto estar claro que el idioma no puede tomarse como un tipo de moneda o medio de intercambio. Las palabras en un idioma no pueden ser vertidas por sus equivalentes en otro idioma sin que pierdan algo que es vital y esencialmente peculiar a la mentalidad y el genio del pueblo que emplea el idioma. Es un engaño presumir que uno puede entender plenamente la esencia del judaísmo en cualquier otro idioma que no sea el hebreo. Como se indicó previamente,, uno no puede obtener el mensaje prístino y genuino de la Biblia en una traducción, por más efectiva que se realice. Nuestros sabios compararon el día en que la Biblia fue traducida al griego al día cuando se hizo el becerro de oro, “porque la Toráh no se presta para una traducción adecuada..” El Dr. Max L. Margolis, editor de la traducción bíblica de la Sociedad Judía de Publicaciones: “Frecuentemente sucede que el traductor, buscando en vano un equivalente para una palabra o frase hebrea, se da cuenta de que la traducción tiene que ver no tanto con palabras como con civilizaciones.”

Por consiguiente, algunas de las más significativas e indispensables fuentes del judaísmo tiene que permanecer en cierto sentido como “libros sellados” para los que no saben hebreo. La sabiduría de los Sabios, la poesía de Iben Gabirol, Judáh Haleví, Bialik y Chernichovski; o la prosa de Mendele, Péretz y Agnón jamás podrán verterse adecuadamente al español o a cualquier otro idioma. Casi cada palabra, cada giro de expresión o locución empleado por estos maestros de la literatura hebrea, brota del yacimiento subterráneo de las experiencias judías, las fuentes literarias y el folklore judío, y evocan en nosotros memorias, asociaciones e imágenes tales que ninguna traducción, por más artística que sea, puede duplicar.

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